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Atentado a Cristina Kirchner: el avance de la investigación

Punto Panorámico

5 de septiembre de 2022

A 72 horas del atentado contra Cristina Kirchner, la jueza federal María Eugenia Capuchetti decretó el secreto de sumario en la causa que investiga el ataque magnicida cometido por Fernando Andres Sabag Montiel, el hombre de 35 años que el jueves pasadas las 21 gatilló dos veces una pistola Bersa calibre .32 a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta. En paralelo, CFK se presentará como querellante en el expediente, que acumula varios cuerpos y una gran polémica por el accionar de los peritos con el teléfono celular del imputado.

El avance de la investigación

La investigación comenzó el mismo jueves, minutos después de que se produjera el ataque. El viernes temprano, la jueza Capuchetti y el fiscal Rívolo visitaron a la vicepresidenta en su casa de Juncal y Uruguay para tomarle declaración testimonial, aún con el país en shock por el atentado. Cristina contó allí que no se percató de lo ocurrido hasta que subió a su casa y vio las imágenes, que recorrieron el mundo y provocaron una gran conmoción política.

Sabag Montiel permanece preso e incomunicado desde el jueves y el viernes se negó a declarar. De lo que trascendió, el hombre sólo pidió que lo viera un oftalmólogo porque al ser agarrado por un grupo de militantes que lo corrieron del lugar cuando le gatilló a Cristina sufrió una herida en uno de los ojos que no reviste ningún tipo de gravedad.

En la causa ya declararon varios testigos, entre ellos los custodios de Cristina – el jefe de la custodia, Diego Carbone, no se encontraba presente al momento del ataque – así como también algunos militantes que colaboraron con la detención del agresor. También fue convocado un amigo de Sabag Montiel que habló con varios medios el viernes. Aclaró que no tenía una relación muy cercana y puso a disposición su teléfono celular. Ese elemento podría ser clave para trazar un perfil del atacante. En paralelo, la Justicia también analiza las cámaras de seguridad tanto del domicilio de Kirchner como de la vía pública, para determinar si el hombre de 35 años actuó solo o contó con ayuda de un cómplice. En esa línea, en las últimas horas fue detenida la novia del atacante, Brenda Uliarte.

La defensa de la vicepresidenta solicitará ser querellante en la causa, que además de declaraciones testimoniales este domingo sumó una fuerte polémica debido a que trascendió que se había vulnerado la cadena de custodia del teléfono que le secuestraron a Sabag Montiel y que apareció en una bolsa abierta, encendido y con un mensaje que indicaba que había sido reseteado de fábrica, cuando el juzgado debía remitirlo a la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) para el peritaje. Resta definir si se produjo por un error o si fue una intromisión: en ambos casos sería igual de grave porque podría perderse información muy valiosa, desde el historial de mensajes y llamadas hasta los sitios en los que estuvo el imputado, clave para determinar si actuó en soledad o si tuvo contactos con dirigentes políticos de algún tipo, entre otras variables.

Del repudio enérgico a la teoría del “pero”

Lejos de bajar el tono, la oposición no tardó ni siquiera 24 horas en pasar de los repudios al ataque a instalar discursos que sacan a Cristina del lugar de víctima y la sitúan en el rol de victimaria, como si fuera la responsable de que un hombre le gatillara dos veces y, por fortuna, las balas no salieran de la pistola. No fue solo el tweet no condenatorio de Patricia Bullrich, presidenta del principal partido político opositor, que no repudió el ataque ni se solidarizó, sino que además apuntó contra el gobierno. También fueron las chicanas de otros dirigentes del macrismo y las versiones de autoatentado deslizadas por periodistas y diseminadas en las redes sociales, donde un informe de la consultora Taquion indicó que en las primeras cinco horas posteriores al atentado un 31 % de las conversaciones en redes dudaban de la veracidad de la agresión o la validaban.

A esos mensajes se suman otros dirigentes opositores con discursos extremistas y periodistas trepados a un tren sin retorno de agresión discursiva que no hizo más que escalar en la última década. Así, este fin de semana pudieron verse, leerse o escucharse frases al estilo de “repudio, pero Cristina es responsable porque…”, que tienen a naturalizar hechos de violencia política sin precedentes en la historia reciente de la Argentina. La escalada violenta contra la vice, sin embargo, viene desde hace mucho y comenzó a expresarse con mayor agresividad cuando en los últimos años las marchas opositoras desplegaban guillotinas, bolsas mortuorias y cabezas cortadas que se sumaron a los tradicionales insultos oídos en los últimos 15 años.

El foco queda puesto otra vez sobre los discursos de odio. Primero, porque la oposición – a Bullrich se le suman Amalia Granata, Florencia Arieto y Martín Tetaz, entre muchos otros – no se baja de un tono que impulsa más agresión, lejos de apaciguar y generar calma. Y además, porque el llamado a frenar los discursos de odio fue la discusión de fondo en la sesión especial del sábado en Diputados donde se aprobó un repudio al atentado. Para sumarse y aportar los votos, Juntos por el Cambio y los libertarios pidieron eliminar ese fragmento del proyecto que impulsaba el Frente de Todos.

¿Por qué un dirigente opositor sensato o un periodista que ejerce su profesión con honestidad no aceptaría condenar los discursos de odio? ¿Qué oscuros intereses esconde? ¿Cuál es el negocio? ¿No es acaso más saludable para la democracia un país donde las diferencias, incluso aquellas insalvables, no deriven en una escalada de insultos, acusaciones improbables, judicialización de la política y persecución a todo lo que incluya una letra K, en una catarata que incluye desde diputados pidiendo pena de muerte hasta comunicadores gritando barbaridades al aire todos los días?

Este combo se masificó como nunca en los últimos años y llegó a un extremo hace mucho tiempo, un límite cruzado hace varios pueblos. Es imposible entender el ataque a Cristina Kirchner sin analizar que antes, durante miles de horas, la violencia discursiva fue incesante y, lamentablemente, nada parece indicar que vaya a frenar.

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