¡Cuánto hemos escuchado en estos últimos tiempos hablar de la escuela! ¡Desde las bocas menos pensadas escuchamos las frases más insólitas! En estos días la Escuela se ha transformado en el objeto de la contienda, que no tiene que ver justamente con el objeto de deseo…
La escuela, la educación, tiene un rol principal que es el de la enseñanza, el acercamiento del estudiantado al conocimiento, brindar herramientas para la formación intelectual y la transformación social en un plano de igualdad, con valores comunes y tiene un histórico reconocimiento como impulsora del ascenso social. Pensado el conocimiento como política de justicia social, la escuela y el conocimiento claramente son un valor social a defender. Pero la sociedad, el público argentine, que sigue minuto a minuto la contienda, ¿sabe qué escuela realmente quiere y para qué la piensa? ¿al servicio de qué proyecto de patria está la escuela de hoy? ¿Hay una escuela? ¿Alguien piensa la escuela en estos términos?
Hoy en día, ese rol principal que mencionamos anteriormente es superado, en la práctica, por el rol asistencial, la escuela es una institución de vínculos comunitarios, es el lugar donde se implementan desde el Estado las campañas de vacunación, campañas de detección y prevención en problemas de la vista, control dental, enseñanza en tránsito, defensa civil, y todo tipo de colectas e iniciativas sociales, pero sobre todo, es la caja de resonancia de lo que sucede en la sociedad. “Hay un error en creer que la escuela es una burbuja sin contexto”, dice A. Puiggrós. No está por fuera y fue transformándose en el último bastión de contención social, luego de que las políticas de los 90 hicieron desaparecer muchos clubes, sociedades de fomento, y otras instituciones sociales, ni hablar después de los 4 años de Macrismo en la nación y de Bertonismo en la provincia. Se trasladan a la escuela pública los problemas de trabajo de los padres y las madres, la desocupación, la violencia doméstica, los abusos intrafamiliares, la discriminación, la falta de alimentación o mala alimentación, y una lista interminable de problemáticas sociales.
Así, la función asistencial de la escuela se impone sobre la función educativa. Por ejemplo, si un niño, niña o adolescente sufre algunos de estos problemas en la casa, encuentra en la escuela el espacio que lo contiene, encuentra en la escuela un espacio seguro. La docencia, formada o no para estos temas, se hace cargo de la contención, organiza colectas, junta zapatillas, ropa, útiles para quienes no tienen, y se encarga de una tarea asistencial extra a la educativa, tejiendo redes.
Ahora bien, …bah…ahora no tan bien, durante la cuarentena, con la virtualidad y la distancia, también esa actividad principal de la escuela como espacio de formación intelectual, humana y social se dificultó. Para que la escuela pueda volver a ser ese espacio donde les estudiantes se sientan segures, tiene que haber presencialidad, porque es más difícil detectar casos de vulnerabilidad sin la presencialidad.
Sin embargo, hoy en la presencialidad actual, la escuela no es ese espacio de contención. Ese espacio seguro para la vida, no lo es. Porque no se pensó, no se invirtió y no se planificó para que esa presencialidad, que tanto se necesita, no implique un riesgo de vida para estudiantes, docentes, no docentes, madres, padres y las familias de toda la comunidad.
Quienes educamos entendemos la presencialidad como la mejor condición en tiempos no pandémicos, la magia que se produce en la dinámica áulica en todos los niveles es irremplazable, eso es indiscutible. Somos quienes más queremos sostener la situación de presencialidad porque ahí se vivencia el hecho que sustenta lo que somos, cuando el niño o niña aprende a escribir, cuando resuelve un problema aplicando la lógica, cuando dijo “ahora entendí, profe” , ahí, en ese instante, todo está salvado.
Los discursos últimamente instalan frases a las cuales se aferran unes y otres. Lo real es que hoy eso que llaman presencialidad significa 15 personas en un espacio cerrado, reducido, con barbijos y mascarillas durante 4 hs y media, sin la ventilación adecuada, sin alcohol en gel, sin la sanitización adecuada cada 80 minutos , lo que significa un riesgo de vida permanente, esa presencialidad se definió sin que, en la mayoría del país, la docencia esté vacunada y con un protocolo que es inviable porque va en contra de la génesis misma de la relación áulica, es contradictoria a los procesos humanos que suceden en el aula. No hay niñe que llegue a la escuela y no busque contacto con su seño, o quiera saludarle con un beso, abrazarla, o decir algo cerquita a la maestra, hasta lo más tímidos. Por eso, ese protocolo, aún en la situación idílica de que estén todos los insumos y las condiciones edilicias, es de difícil posibilidad de cumplimiento por el alto nivel de transferencia que se produce en el acto educativo.
Hay funcionaries que se rasgan las vestiduras por mantener la presencialidad y no fueron capaces de pensar y prever cómo implementar la copa de leche y los comedores escolares, cuando quienes habitamos las escuelas sabemos que esos niños, niñas y adolescentes van a la escuela con la panza vacía por múltiples razones. ¿En qué estaban pensando cuando desde sus bocas salían las palabras presencialidad cuidada?
La docencia es una tarea altamente feminizada, cerca del 85 % del personal que trabaja en las instituciones escolares son mujeres. Las “seños” y “las profes” , o “las profas” como les dicen les estudiantes que usan el lenguaje inclusivo, las porteras, las cocineras, la Dire, están a cargo de las tareas de cuidado tanto en su hogar como en el trabajo. Somos las trabajadoras con el salario más bajo de la escala salarial en general, eso implica que tengamos que tomar hasta 2 y 3 trabajos.
La estructura social cambió. En tiempos no muy lejanos, de manera equívoca socialmente, se consideraba el salario docente como un ingreso complementario en la tradicional familia concebida desde la estructura héteropatriarcal y, bajo esa perspectiva, a la maestra se la llamaba tía en Brasil, segunda mamá en Argentina y se ponderaba la “vocación” y el carácter “apostólico” de la tarea docente. En la actualidad, la mujer empoderada que lucha por ser económicamente independiente, para poder hacerlo como educadora, necesita de dos o tres trabajos, lo que significa jornadas laborales de más de 14 hs por día.
Salarios docentes bajos equivalen a trabajadoras super explotadas con el aditamento de que es una tarea con gran desgaste ya que tiene carga intelectual, física, psicosocioafectiva y emocional. La importancia en el rol social que tiene la educación, no se condice con los salarios paupérrimos. Hemos tenido que escuchar a funcionarios en paritarias o en declaraciones mediáticas, siguiendo el establishment machista y patriarcal, han llegado a querer justificar los salarios docentes bajos diciendo: “¿Para qué quieren un mayor salario si la mayoría está casada?” o por ejemplo: “Lo que pasa es que las maestras tienen doble función”, cuando ese segundo trabajo es necesidad del Estado y perversamente lo transforma en una necesidad de la trabajadora. Lo que sucede realmente es que pagan poco para que se trabaje más. Se nos atribuye el rol del cuidado porque somos mujeres. La maestra tiene ese rol fuera y dentro de la escuela. Al no haber políticas públicas adecuadas, todas esas tareas recaen en la escuela y se sustenta en el trabajo de esas mujeres. Las maestras llevan a su lugar de trabajo barbijos de más, alcohol de más, galletitas, leche, papel higiénico, útiles escolares para cubrir esas necesidades.
En Tierra del Fuego, a pesar del compromiso asumido por el gobernador, Gustavo Melella, ante la docencia, la administración no adhiere a la resolución nacional que habilita licencias o dispensas para quienes deben cuidar a sus niños, niñas y adolescentes cuando tienen jornada reducida de presencialidad o en la semana que tienen clases virtuales, debiendo gastar dinero en cuidadores o incluso optar por perder el trabajo, ya que por protocolo no pueden llevar a sus hijes a la escuela donde trabajan. ¿Nos volvemos a preguntar, casualidad o patriarcado?
Quienes piensan la educación -o deberían- han perdido un tiempo precioso y una oportunidad única de pensar una nueva escuela, no limitada a un edificio, pensarla en relación con el barrio, la comunidad, volver a la fuente, pensar en avances tecnológicos que nos permiten evitar correr riesgos, aprender a tener otros vínculos a través de otros soportes pero también pensar en cuestiones más pequeñas, referenciadas al barrio, en el poder de generar comunidad. Adriana Puigross, gran referente pedagógica decía en estos días: “La oposición sale con la teoría de que solo se aprende estando adentro de la clase”. Larreta vomitó la verdadera preocupación y el verdadero rol que le asigna a la escuela pública y ante cámaras para todo el país cuando se preguntó “Si los chicos no están en la escuela ¿dónde van a estar y quién los cuida?”.
Esta última semana la cosa se picó fuerte y quedó demostrado que alguien analizó y pensó con sensatez. El presidente, Alberto Fernández se puso la camiseta de quienes sostienen la educación pública, y las maestras encontraron que alguien las cuidó en un pico de contagios, en una segunda ola, y dijo que por 15 días se queden en sus casas dando clases virtuales sin necesidad de exponerse a un riesgo de contagio y de vida, tanto en provincia de Buenos Aires como en Ciudad Autónomal, aunque muches ya estén vacunades. Las maestras fueguinas no vivimos esa sensación, no nos vacunan, no se cumplen los protocolos, aumentan los contagios y aún así nos obligan a exponernos a un riesgo de contagio y de vida.
Es necesario repensar la escuela, no una escuela universal sino la escuela identitaria, la escuela en la comunidad, con la sociedad, pero principalmente la escuela, la educación como uno de los núcleos centrales que sustente el proyecto de país, un proyecto para una patria justa, libre, soberana, igualitaria, feminista, plurinacional y latinoamericanista, donde la democratización del conocimiento no sea una utopía que nos impulse a seguir sino que sea la realidad que construimos para nuestres pibes. Para que eso sea posible, tenemos que sobrevivir, y para sobrevivir a la pandemia es necesario entender que la escuela no es un depósito de niñes para que la maquinaria capitalista pueda seguir funcionando, sino que la escuela es un espacio de conocimiento y transformación que debe adecuarse a la realidad y no intentar meter la escuela, tal como la conocíamos, en una realidad donde ya no encaja.
Florencia Villarreal, maestra argentina, feminista sindicalista y de Central.
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