En una elección histórica, Lula logró recuperar la presidencia al vencer a Jair Bolsonaro con una ventaja de más de dos millones de votos. En términos porcentuales, el resultado fue mucho más ajustado de lo pronosticado por las encuestas, al finalizar en 50,9% para el líder del PT contra 49,1% para el actual presidente.
Tras la confirmación de la victoria, Lula dio un discurso de 25 minutos en el cual reafirmó que en su tercera presidencia buscará la mayor amplitud posible, y que gobernará para todos los brasileños. “Esto no es una victoria para mí, ni para el PT, ni para los partidos que me apoyaron en esta campaña. Es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó, por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías, para que triunfara la democracia”, afirmó.
“Intentaron enterrarme vivo y acá estoy”, destacó Lula y, en modo león herbívoro, sostuvo que el país “necesita paz y unidad”. “Esta gente ya no quiere pelear. Es hora de deponer las armas que nunca debieron empuñarse. Las armas matan. Y elegimos la vida”, dijo, en contraposición al discurso de la ultraderecha.
El flamante presidente electo, que no mencionó a Bolsonaro en su alocución, pidió por una unidad de todo el pueblo, independientemente de a quien hayan votado, y señaló que “la magnitud de la misión” que la historia le reservó no podrá cumplirla solo, sino que necesitará a todos los partidos políticos, trabajadores, empresarios, parlamentarios, gobernadores, intendentes y gente de todas las religiones.
Alrededor de las 8 de la noche, minutos después de que se confirmara el resultado, varios líderes de todo el mundo salieron a reconocer la victoria de Lula, algo fundamental para reducir el margen de maniobra de Bolsonaro en caso de que no quisiera aceptar la derrota. Presidentes latinoamericanos como Andrés López Obrador, Gustavo Petro, Gabriel Boric y Alberto Fernández fueron los primeros en reconocerlo, y lo mismo ocurrió con el primer ministro de Francia, Emmanuel Macron, y el de España, Pedro Sánchez. Más tarde se sumaron Joe Biden, presidente de Estados Unidos, y mandatarios latinoamericanos de distinto color político al de Lula, como el ecuatoriano Guillermo Lasso o el uruguayo Luis Lacalle Pou.
Bolsonaro, por su parte, decidió no hacer declaraciones. Aún no reconoció la derrota, pero tampoco salió a denunciar fraude, como se preveía semanas atrás. De hecho, quienes sí advirtieron por irregularidades fueron los partidarios del PT. A lo largo del día, las fuerzas de seguridad llevaron adelante decenas de operativos que le impidieron votar a mucha gente, la mayoría en lugares donde Lula arrasó en primera vuelta. Si bien esto no movió el amperímetro de los resultados finales, es un indicio del tipo de oposición que ejercerá la ultraderecha a partir del 1° de enero.
Además de ser históricos por brindarle a Lula un tercer mandato, estos comicios contaron con la particularidad de convertir a Bolsonaro en el primer mandatario de la historia del país en buscar la reelección y no lograrla, aunque también es claro que realizó una excelente elección, en un contexto mundial en el que muy pocos oficialismos pudieron vencer tras la pandemia. No solo se quedó con varias gobernaciones, sino que también en el Congreso la oposición tendrá una amplia mayoría, suficiente incluso para impulsar un impeachment como el que destituyó a Dilma Rousseff en 2016.
“No existen dos Brasiles”, señaló Lula en su discurso. Sin embargo, el resultado electoral reafirma la gigantesca polarización entre dos candidatos que en el debate del viernes se lanzaron las peores acusaciones, y muestra una sociedad políticamente fracturada, como tantas otras en la región y en el mundo. En ese sentido, las escenas de violencia llevadas a cabo por el bolsonarismo dejan claro que el escenario de los próximos años será extremadamente complejo. Por citar un solo ejemplo, este sábado la diputada bolsonarista Carla Zambelli persiguió con un arma a un militante del PT en la calle. Ese también es el Brasil que le tocará gobernar a Lula a partir del 1° de enero.
Salvando las distancias entre ambos países, uno de los grandes desafíos que tendrá Lula al buscar una amplitud tan grande, será el de mirarse en el espejo de Argentina y no repetir los errores políticos del Frente de Todos, cuyas grandes diferencias internas lo llevaron a una gran parálisis en muchas áreas de su gobierno. En el caso brasileño, de todos modos, hay una diferencia sustancial con el argentino: el dueño de los votos será quien conduzca el proceso, y no quien acompañe.
Lula fue obrero metalúrgico y sindicalista, y perdió tres elecciones presidenciales antes de llegar al Palacio de Planalto en 2002. Cuatro años después fue reelecto, y luego designó a su sucesora, Dilma Rousseff, quien terminó destituida en un golpe institucional. En 2018 fue proscripto y estuvo preso casi dos años. Salió, probó su inocencia y hoy volverá a ser presidente a los 77 años. “No es la cantidad de años lo que envejece a una persona, sino la falta de una causa. Yo decidí que Brasil es mi causa, el pueblo es mi causa, y combatir a la miseria es la razón por la que voy a combatir hasta el fin de mi vida”, dijo hoy en el cierre de su discurso, con el que renació la esperanza en la región.
Diego Viarengo
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