Estoy completamente seguro de que el primer tema que tendría que tocar al momento de hablar de astronomía sería la historia de Charles Messier, un astrónomo francés del siglo XVIII. Su historia en la búsqueda de cometas (no, esas no) y, MUCHÍSIMO más importante, su catálogo de 110 objetos que no son cometas.
Entonces tendría mucho más sentido cuando les diga que hoy vamos a hablar de M31. Pero la verdad es que no me aguantaba esperar y este objeto tiene un nombre propio más que conocido. Sin mas vueltas:
Hoy vamos a hablar de la galaxia de Andrómeda.
Nuestra historia arranca con un libro publicado en 1903 llamado “La historia de las estrellas”, escrito por George Frederick Chambers; quien eligió para la primera página del libro la foto que ven al costado.
Lo importante acá, como se puede leer en la parte de abajo, es que Andrómeda está catalogada como nebulosa. Estamos hablando de 1903 y no teníamos la mas pálida idea que eran estos objetos.
Y, si bien hoy el término “nebulosa” tiene, desde el punto de vista astronómico, una fuerza y un montón de conocimiento asociado. En esa época, la palabra nebulosa se usaba para cualquier cosa que se veía más o menos difusa.
George hace referencia sobre esto en el libro y dice: «Hay una nebulosa elíptica que destaca sobre las demás, pero su gran tamaño, brillo y características peculiares impiden que se la considere una nebulosa elíptica típica. Estoy aludiendo aquí a la «Gran Nebulosa de Andrómeda», Messier 31.»
O sea que este muchacho sospechaba que algo no cerraba en el asunto.
La hasta entonces conocida como Gran Nebulosa de Andrómeda, era muy grande. Pero muy muy grande. Para que se den una idea, es como ver seis lunas idénticas a la nuestra, una al lado de la otra. Si pudiéramos captar a Andrómeda con los ojos, la relación sería más o menos esa.
La idea de que una nebulosa espiral (como se conocía a Andrómeda en esa época) pudiera ser externa a nuestra galaxia, no era nueva.
Thomas Wright en 1750 publica “La teoría original o nueva hipótesis del universo” donde propone que la vía láctea podría ser un disco plano de estrellas.
Cinco años después, Immanuel Kant postuló su teoría de “Universos Isla” donde nuestra galaxia es una entre muchas colecciones de estrellas separadas.
Esto nos lleva a una de las preguntas más importantes de la humanidad: “¿Cuál es nuestro lugar en el universo?”
¿Cómo mapeamos el espacio que nos rodea y cómo nos posicionamos entre todos estos objetos que podemos ver? Y, la galaxia de Andrómeda, fue clave para hacer un gran cambio en la forma que teníamos de entender todo esto.
En 1920, cuando la teoría de la relatividad ya tenía 15 años, se seguía discutiendo del tema. Y hubo un evento muy importante en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano, conocido como “El gran debate”. Los dos principales protagonistas de este debate fueron Harlow Shapley y Heber Doust Curtis.
Los astrónomos de la época se dividían entre dos teorías:
Harlow Shapley sostenía que estas nebulosas estaban dentro de nuestra galaxia y que eran, simplemente, objetos extraños. Que la vía láctea como la vemos es la totalidad del universo observable y que tenía un diámetro de, aproximadamente, 300.000 años luz.
Por el otro lado, Heber Doust Curtis, proponía la teoría de “Universos Isla”. Entendiendo que nuestra galaxia era una entre muchas otras.
Básicamente así estaban las cosas en la comunidad astronómica por ese tiempo.
Recién en 1925 se resolvió este debate con la participación de Edwin Hubble (el del telescopio espacial) quien gracias a mediciones propias y, sobre todo, al exquisito trabajo que había dejado (y me pongo de pie para escribir su nombre) la gran Henrietta Swan Leavitt.
Las mediciones de las variables cefeidas en Andrómeda fueron fundamentales. Estas son un tipo de estrella muy particular que varía su brillo con un periodo y amplitud estables muy regulares. Hay una relación directa entre el periodo de pulsación de una estrella y su luminosidad. Y, sabiendo la luminosidad de una estrella, se puede calcular la distancia.
En criollo: entre medio de todo ese quilombo, había algo que se comportaba de forma predecible. Gracias a eso, se podía averiguar a qué distancia estaba M31.
Y esto demostró de forma contundente que la distancia a la Galaxia de Andrómeda es 2.5 millones de años luz, fuera de nuestra galaxia.
Con el tiempo se fueron descubriendo mas y mas galaxias cercanas y el grupo local (digamos, la provincia donde vivimos) sospechamos que es más o menos así:
Toda esta información puede hacer creer a alguien que ya sabemos todo, y nada más lejos de la realidad.
Desde el 7 de agosto de 2018, el telescopio espacial TESS está mapeando planetas en otras estrellas. Con un poco de suerte, en pocos meses se va a sumar al proyecto el todopoderoso James Webb capaz, entre otras tantas cosas, de analizar la atmósfera de esos planetas encontrados. Y vamos a poder tener una visión un poco más completa de nuestra propia galaxia.
Incluso, dentro de nuestro propio barrio todavía hay cosas por descubrir. Por poner un ejemplo, existen muy buenas posibilidades de que nos falte encontrar un planeta en nuestro sistema solar.
Es una época hermosa para ser curioso. Y en palabras de Sir. Isaac Newton: “Si he logrado ver más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”.
La historia de hoy, si busca algo, es honrar el esfuerzo y la curiosidad de esas y esos gigantes.
Claudio Conejero
Fuente:
Entrevista 30/08/2012 a Prof. Meghan Gray. (https://twitter.com/emeegray)
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