Parece que está de moda el turismo de vacunación ¿Qué es esto? Que mientras en el mundo mueren cerca de 13 mil personas por semana a causa de la COVID 19, los países que tienen la capacidad de producir y comprar vacunas, adquieren más de las que necesitan. Así pueden, no sólo inocular antes a su población, sino también venderselas a todo aquel ciudadano libre -y rico- del mundo que desee recibir inmunidad privilegiada, mientras se toma un daikiri en la piscina del hotel. Y todo gracias a las famosas patentes, de las que tanto se habló en la última semana.
Estados Unidos parece ser el campeón en la defensa y propagación de la desigualdad sanitaria, con poco más de 92 millones de dosis recibidas. Pero, en honor a la verdad, no es el único Señor Barriga de las vacunas. Según un informe lanzado por la ONU en febrero de este año, de los casi 200 países que existen en el mundo, unos 10 acapararon el 75% del total de las vacunas producidas, mientras que más de 130 todavía no recibieron ni una sola dosis y se estima que muchos de ellos seguirán así hasta 2024.
El problema con este comportamiento capitalista e individualista es que, si no se erradica por completo el virus de la faz de la Tierra, esto no se termina más. O por lo menos no con un final feliz. Y el momento para actuar es ahora, cuando todavía no hay ninguna mutación que haya puesto en jaque seriamente -hasta donde sabemos- la efectividad de las vacunas. Hay algo muy simple, la vida siempre quiere vivir, y en el mes de la Biodiversidad no está mal recordar que la mejor forma de hacerlo es a través de la diversidad y la diversificación. Cada persona que se infecta es una nueva oportunidad para que el virus* que produce la COVID (técnicamente SARS-COV 2) mute, varíe para poder sobrevivir a la inmunidad de las vacunas o los eventuales tratamientos, y nos deje de nuevo sin media herramienta, en Pampa y la vía. La salida, sí o sí, es colectiva, como muestra la única experiencia que tiene la humanidad en erradicar un virus: el de la viruela. Existen registros de esta enfermedad ya en el 1150 AC y sólo pudo ser eliminada ¡en 1980!, casi 200 años después de que se descubriera la vacuna, a partir de un programa de vacunación mundial que duró más de 20 años. Más de tres mil años de pandemia.
¿Qué impide en la actualidad un plan de vacunación a nivel global? Sucede que los niveles de producción de vacunas no alcanzan a cubrir la demanda, mucho menos la necesidad real (porque hay países que no demandan porque no pueden comprar) y ahí, además del poder económico, empieza a pesar la capacidad de presión y negociación. Este punto, justamente, vendría a atacar la liberación de patentes.
Los papeles, por favor.
Hasta el momento, las patentes aplicadas a vacunas contra la COVID 19 impiden que los laboratorios que no desarrollaron una vacuna puedan producirla -aún pagando derechos-, pero, además, en muchos casos protege también parte de la tecnología y los procesos utilizados para que no puedan usarse en otros desarrollos. Por el contrario, sí están habilitadas las licencias. O sea que un laboratorio puede autorizar a otro a fabricar su vacuna pero, en la práctica, ocurre poco, de manera fragmentada y las plantas productoras no deciden sobre la distribución. Claro ejemplo de esto es el de Argentina donde se elabora el principio activo de la vacuna de Astrazeneca, que se envasa en México y cuya distribución se decide en la casa matriz en Gran Bretaña. Por ende, nuestro país no puede agarrar ni una de las casi 40 millones de dosis que acoge temporalmente.
Frente a esta situación, con pocas vacunas y una capacidad industrial sin aprovechar, India y Sudáfrica propusieron a la Organización Mundial de Comercio, a fines del año pasado, suspender las patentes mientras dure la pandemia. Obviamente, hubo un NO rotundo como respuesta. Después, en la última reunión que el organismo llevó a cabo en marzo, volvió a plantearse esta necesidad -esta vez con el aval de 50 países, entre ellos Argentina, y de cientos de ONGs- pero los países miembros ni siquiera se pusieron de acuerdo en si era importante o no discutir el tema. “A pesar de haber obtenido el apoyo de más de dos tercios de los países miembro de la OMC, los países industrializados siguen bloqueando la decisión”, señala Lorena Di Giano, coordinadora de la Red Latinoamericana de Acceso a Medicamentos (RedLAM) y directora ejecutiva de Grupo Efecto Positivo (GEP) en la Argentina. Y agrega “Paradójicamente, los mismos países que bloquean esta iniciativa son los que han aplicado el denominado ‘nacionalismo de las vacunas’ o la priorización de sus ciudadanos”.
Las contrapropuestas son aumentar los licenciamientos -que ya vimos los problemas que presentan- o que la OMC oficie de mediadora para una distribución más equitativa. Como si la ONU o la OTAN no fueran prueba suficiente de la inoperancia de las buenas intenciones en la política internacional, existe un ejemplo contemporáneo, surgido justamente con el fin de garantizar el acceso a las vacunas contra la COVID por parte de los países más pobres: COVAX. Esta iniciativa tiene el noble objetivo de entregar 2.000 millones de dosis hasta fines del 2021 mediante donaciones de países con mayores ingresos a otros de ingresos bajos. Sin embargo esta meta está todavía muy lejos ya que sólo pudieron conseguir un 11% del total de la producción mundial -que ya es escasa- para repartir entre varias decenas de países. Fuentes de COVAX acusan a los países centrales y laboratorios de negociar entre ellos y dejarlos afuera. Quién lo hubiese imaginado.
¡Sorpresa!
A contramano de sus pares gobernantes de países centrales, el presidente estadounidense, Joe Biden, el pasado 5 de Mayo se declaró a favor de eliminar las patentes mientras dure la pandemia. Y a él se sumaron otros altos personajes como Macrón (Francia), Sánchez (España), Xi Jinping (China) y Putin (Rusia), además de obtener la indispensable bendición Papal.
No se nos puede tildar de desconfiados por dudar de las buenas intenciones de los muchachos del norte, porque bien sabemos los bueyes con los que aramos. Entonces nos preguntamos ¿Cuál es el verdadero motivo de este volantazo hacia la izquierda? ¿Será Biden un secreto admirador del Che Guevara? ¿O será que, en realidad, algo se traen? Hay quienes piensan que este movimiento es sólo un amague para extorsionar a las empresas farmacéuticas de su país y que así generen una producción mayor y, por ende, mayores divisas. Otros creen que la iniciativa tiene el objetivo de debilitar la presencia China y Rusa en su patio trasero (América Latina) que, a partir de una cooperación por motivos sanitarios puede entablar relaciones que vayan más allá. También podría ser porque, debido a la diferencia en el tipo de tecnología que utiliza cada vacuna, es probable que existan plantas en los países semiperiféricos capaces de fabricar la Sputnik (otro virus al que se le añade una proteína del SARS-COV 2) o la Sinopharm (virus atenuado), pero no la de Moderna o Pfizer (ARN mensajero), con lo cual también se debilitaría la posición de China y Rusia, pero no la de EEUU.
Por supuesto que las farmacéuticas pusieron el grito en el cielo alegando que esto desalentaría la inversión privada y, como consecuencia, atentaría contra el desarrollo y la innovación -¿les suena conocido?-. La falacia es evidente, por dos razones, entre muchas otras. En primer lugar la revista científica The Lancet publicó en febrero un informe según el cual cada una de las principales empresas que desarrollaron vacunas contra el virus han recibido entre mil y dos mil millones de dólares en compromisos de financiación, en su mayoría del gobierno de Estados Unidos. O sea que la inversión privada no estaría siendo dominante en el desarrollo de las vacunas. En segundo lugar la experiencia histórica demostró que la protección de los derechos sobre los desarrollos farmacéuticos no incrementó la inversión en desarrollo sino que, por el contrario, permitió que las principales empresas monopolicen medicamentos claves en la salud pública y la acumulación de capital sin riesgo vaya contra la aventura del desarrollo de otros nuevos.
Otro de los argumentos de las farmacéuticas es que liberar las patentes no garantiza que crezca la producción. Y acá tienen razón. Si bien este sería el necesario primer -gran- paso de la democratización de un bien esencial como son las vacunas en pandemia, no sería suficiente: los Estados deberían regular y controlar que se cumpla también la transferencia desde las empresas que desarrollaron la tecnología hacia las que quieren implementarla -o sea, que no sólo den permiso sino que también pasen la receta de cómo hacerla, con secretitos y todo-, así como la disponibilidad de materias primas y la distribución efectiva.
Finalmente, después de los dichos de Biden, la OMC, siguiendo la línea planteada por varios miembros de la Unión Europea, expresó que están dispuestos a discutir el tema, porque “situaciones extraordinarias como ésta, requieren medidas extraordinarias”. Si semejante reflexión les tomó tan sólo (?) un año de pandemia, esperemos que logren lograr el logro de la liberación de patentes, antes de que sea demasiado tarde.
*Técnicamente el virus no es un ser vivo pero lo dicho funciona de todos modos. Si querés entender un poco más, por supuesto, hay un episodio de Divagaciones Científicas que lo explica: El Virus
Mariela López Cordero
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